Santiago Antonio Velaz

Santiago Antonio Velaz, hijo de un navarro y una madrileña, nació en julio de 1934- Falleció el 29 de abril de 2021. De adolescente le gustaba escribir, armó una obrita de teatro, formó un conjunto vocacional, y garrapateaba versos. Estaba empleado en una inmobiliaria en Liniers, cuando un día, en 1952, llegó la mujer de Osvaldo Pugliese,

Letrista de Osvaldo Pugliese

Trascripción del capítulo emitido en las páginas 33 a 36 del libro ,  presentado el 10 de diciembre de 1998.                   

SANTIAGO ANTONIO VELAZ

La judía de Pugliese

   Santiago Antonio Velaz, hijo de un navarro y una madrileña, nació en julio de 1934. De adolescente le gustaba escribir, armó una obrita de teatro, formó un conjunto vocacional, y garrapateaba versos. Estaba empleado en una inmobiliaria en Liniers, cuando un día, en 1952, llegó la mujer de Osvaldo Pugliese, Maria Concepción Florio, a hacer una operación con un terreno. Y le tocó atenderla. Aprovechó entonces para entregarle unos versos que había escrito, pidiéndole que se los mostrara al marido. A la siguiente vez ella traía la respuesta deseada: Pugliese decía que le hablara, que le había gustado su manera de escribir. Cuando lo llamó, el maestro le propuso a ese poeta de 18 años que lo visitara para ver si podían hacer algo juntos. Fue entonces a su casa, en Alvarez Thomas al 900, a la que volvería cada domingo a las 8, aunque Pugliese se hubiera acostado a las 4.

   El maestro le confió que quería hacer un tango que se llamara “Judía”, que había pensado hacerlo con Homero Expósito, pero no habían podido ponerse de acuerdo en el enfoque. El pretendía un tango que condenara la discriminación racial o religiosa y la oposición de la sociedad a los romances entre personas de diferente credo. Le hizo entonces escuchar en el piano tres partituras que había compuesto, para que eligiera una. Santiago obedeció, comenzó a esbozar la letra encargada y volvió a visitarlo para que Pugliese examinara lo que había preparado hasta allí y viera si encajaba en la métrica y si había interpretado lo que el quería expresar.

   Si bien a aquel muchacho le gustaba rimar versos, no tenía ninguna idea particular sobre la discriminación. Nunca se había puesto a pensar en el asunto ni le preocupaba. Se consideraba una persona sin prejuicios. Quizá don Osvaldo no habría podido decir lo mismo: años atrás había compuesto el tango “Las Marionetas”, en burlesca alusión a los homosexuales. Con todo, Santiago no quería desperdiciar la ocasión. Estaba dispuesto a escribir lo que le pidieran. Detrás de aquello podía esperarlo el éxito, el dinero. No había nada lírico en el asunto. Pero no resultaba fácil. Debía encontrar las palabras y las ideas que satisficieran a Pugliese, y además el énfasis adecuado para que ese tango cuajara con el estilo apasionado de Alberto Morán, el magnético cantor de la orquesta. Pese a tantas dificultades, la obra avanzaba, aunque muy lentamente. Solo se reunían un ratito los domingos, y no siempre, porque había que descontar las temporadas en que el músico estaba preso.

   Aunque de discriminaciones no sabía demasiado, Santiago palpó en ese tiempo lo que era la represión. El, el letrista de Pugliese ingresó como conscripto a la Policía en 1954, y una de las tareas que debía cumplir en la calle era vigilar por si detectaba alguna reunión política en algún local. La misión encomendada era descubrir comunistas.

   Entretanto, en los encuentros dominicales no todo era ocuparse de “Judía”. Pugliese dedicaba tiempo también a inculcar en su visitante las ideas de izquierda, que el muchacho, marcadamente apolítico y escéptico, no terminaba de asimilar. Una vez le comentó que había leído el libro “Yo elegí la libertad”. El autor de “Negracha” se escandalizó: “¡Ese es un estafador internacional! Cómo vas a leer esas cosas! Son otros libros los que debes leer.”

   Santiago policía y Osvaldo preso político completaron finalmente su tango contra las barreras sociales. El original debía ser editado por Korn, pero cuando Pugliese abandonó la celda tras el golpe de septiembre de 1955 decidió retirarlo, aún inédito, y enviarlo, en manos de su colaborador, a una pequeña editorial llamada Lagos, en Talcahuano al 600.

El tango fue estrenado, e incluso grabado privadamente, por la orquesta de José Giordani, un conjunto de barrio que no tuvo fama. El cantor era un muchacho de Villa Lugano, Roque D’Angelo, que usaba el nombre artístico de Roque Milito. El modesto estreno oficial de “Judía” tuvo lugar en un baile de un club de San Andrés, en presencia del propio Santiago, que debió ponerse de pié para agradecer los aplausos. Fue toda la gloria que alcanzó con aquel tango, que Pugliese jamás estrenó.

   Morán ya  había dejado la orquesta, y Santiago se iba desalentando. Además, no lo convencían las ideas del maestro, no tenía vocación de perseguido político. Con él podía hablar de su admiración por Celedonio Flores (la letra de “Sentencia” era la favorita de don Osvaldo), pero que no se le ocurriera elogiar a Discépolo, de quien no le gustaban ni el fatalismo ni el haber claudicado ante Perón. Una vez Pugliese, para forzarlo a definirse, le planteó el siguiente crudo dilema: “Supongamos que Estados Unidos y la Unión Soviética están en guerra, y que peleas del lado norteamericano, y que te dan una escopeta y te ordenan que dispares. ¿Vos qué harías? “Disparar”, le contestó Santiago sin dudarlo. Esta respuesta fastidió muchísimo a Pugliese.

   Tal vez pueda conjeturarse que al creador de “Malandraca” el tema de unos amores entre un gentil y una judía no lo atareaba sólo en el plano de las ideas. El estaba casado desde 1936 con Choli Florio, pero a partir de 1949 mantenía una paralela relación con Lidia Elman, para entonces una quinceañera. El adulterio y la imaginable lucha interior entre el deseo, la culpa, lo que cada una de aquellas relaciones le brindaba o le podía quitar, además de la fuerte presencia de su hija, Lucela Delma, la Beba, que combatía las andanzas amatorias del padre, todo aquello podía estar mezclándose en su decisión de protestar con un tango contra las barreras que se interponían al amor. Su caso no era sólo el de un no judío con una judía. Era también el de un casado infiel, el de un cuarentón con una adolescente. Así como Pugliese mantuvo aquella doble vida hasta la muerte de Choli, en 1971, sin haber podido resolverse, tampoco estrenó “Judía”, un tango que debía sonar como un chirrido en los susceptibles oídos de su esposa y de su hija, conocedoras de la existencia de la otra. Osvaldo había urdido durante años ese tango, valiéndose de un poeta novicio; en 1956 ya lo tenía editado, pero no se atrevió a más.

   Quedó así, muda, aquella letra, en la que el gran Pugliese no se privó de hacer incluir una censura a la sociedad clasista, viniese a cuento o no:

 La judía

                                           Flor, que junto a mí

                                           debes sufrir, enamorada.       

                                           Por tu devoción hacia otro Dios

                                           el mundo nos separa,

                                           con cruel frialdad no nos comprende,

                                           nos denigra, nos ofende,

                                           sólo hay odio en las miradas,

                                           no ven que el dolor

                                           aumenta más nuestra pasión.

                                           Vení, acercate, vida mía,

                                           secá esas lágrimas, besame,

                                           iremos juntos por la vida

                                            hasta que un día la muerte nos separe.

                                            Qué nos importa de ese mundo,

                                            sus religiones y sus clases,                                       

                                            si nuestro amor es tan profundo

                                            que nadie, nada, nunca nos podrá separar.

                                            No, llorar por qué,

                                            perder la fe, nunca mi amada  ,

                                            no podrán borrar de mi vivir

                                            el sol de tu mirada. 

                                            Por qué si es carne nuestro cuerpo

                                            un prejuicio cruel y terco

                                            nuestros sueños amenaza.

                                            Ya comprenderán,

                                             dame  tu amor, no sufras más.

Letra :    Santiago Antonio Velaz

Música : Osvaldo Pugliese 

   Veinte años antes, y con el mismo título, “Judía” Domingo Julio Vivas, que fue guitarrista de Gardel, y Roberto Duilio Marano, un letrista aficionado, habían dado a conocer un vals algo estrafalario, anticomunista, en cuyos versos se reprocha a “los mandatarios rojos” haber desterrado, sospechándolo un espía, a quien ya en tiempos de los zares había puesto sus ojos en una muchacha hebrea, a la que abordó junto a una sinagoga de Moscú.

   En cuanto a Santiago Velaz, al poco tiempo dejó la poesía por la computación. Desde 1960 fue especialista en sistemas.

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