“Me siento muy afortunado de haber conocido a los Jaivas, su compañía me enriqueció e indicó nuevos caminos de búsqueda e investigación musical.”
A pedido nuestro Uberto Sagramoso nos acerca anécdotas y recuerdos muy personales del pasaje de Los Jaivas por Buenos Aires en los años setenta. Gracias Uberto, que nos envía, desde la Patagonia, el relato acompañado por hermosas fotos.
Conocí a los Jaivas en 1973, poco tiempo después de su llegada a la Argentina. Fue la amiga chilena Claudia Eppelin, muy cercana al grupo, quien nos llevó al primer concierto bien organizado que los Jaivas dieron en Buenos Aires. Creo que era en una universidad y recuerdo que nos dejo a todos boquiabiertos. Sentir esos ritmos, que eran básicamente folclóricos, fundirse con la energía del rock a través de los arreglos ingeniosos y la solida estructura musical que le daba el Claudio, nos abrió la mente y el corazón a nuevas posibilidades musicales. Desde un punto de vista personal, y mirando en retrospectiva, creo que fue en esos primeros tiempos cuando el sonido del grupo alcanzo alguno de sus picos mas potentes, interesantes y creativos. Los amplios espacios dejados a la improvisación hacia que los conciertos fuesen únicos e irrepetibles. Abrían con alguien, (¿era en general el Eduardo?), que entraba al escenario y comenzaba a marcar un ritmo suave con algún instrumento de percusión. De a uno se sumaba lentamente el resto, la música iba creciendo para terminar en ese sentimiento vital y festivo que identificaría a los Jaivas para siempre.
Y así fue que muchos porteños, siempre un tanto rígidos y medidos, terminamos bailando y cantando, dejándonos llevar por la fiesta jaivesca hacia mundos mas comunitarios, mas felices y, por ultimo, mas nuestros.
Me parece que una de las mayores contribuciones que los Jaivas dejaron en su paso por Argentina fue justamente la de incorporar a las mujeres y los niños a la música y la celebración.. El sentimiento de comunidad y de tribu era de por sí un ideal del mundo de la contracultura, como se decía entonces, y en este caso se reforzaba por la búsqueda musical en las raíces autóctonas y en el estrecho tejido social que caracteriza a los pueblos originarios. Por otra parte, en sus inicios el mundo del rock nacional estaba plagado de actitudes un tanto misóginas y excluyentes, los Jaivas integraron el concepto de familia al gran encuentro musical que estaba teniendo lugar, sugiriendo la posibilidad de vivir una vida mas pacifica, humana y natural.
Recuerdo varias anécdotas del tiempo compartido con los Jaivas en Argentina, por ejemplo la del día en que encontramos al Piola y al Jano cruzando la Avenida del Libertador, en los bajos de Belgrano, a la hora pico de transito, entre gritos y bocinazos. Iban medio tirando, medio empujando un gran carro como de caballos, cargado de instrumentos y amplificadores, rumbo a algún concierto. Era al comienzo, en momentos en que el dinero no abundaba y entonces, si no había presupuesto para el flete, había que arreglarse de algún modo… O la época en que se perdió la casa de Belgrano y la gran familia tuvo que repartirse temporáneamente en lo de varios amigos. En la nuestra estuvo el René Olivares y luego Pajarito y la Fernanda, y hasta el Piola paso alguna noche en el laboratorio fotográfico.
También podría mencionar el viaje a San Pablo, Brasil, para participar de un gran festival de música latino americana. En el mismo también actuaba un famoso e histórico interprete de folclore tradicional, un poco chapado a la antigua, quien no podía aceptar ni creer algunos toques jaivescos como lo del pelo largo, los instrumentos eléctricos, la fuerza del Gabriel en la batería, etc… A él todo eso le parecía un circo que desprestigiaba el honor del folclore, o algo por el estilo… Al final, todo quedó sumergido por el entusiasmo de la gente, los Jaivas habían logrado con su gran despliegue de energía y de optimismo contagioso, que la cosa terminase otra vez en baile…
También recuerdo las fiestas celebradas en todas las casas que los Jaivas tuvieron en la Argentina, tanto en la de Zarate como en la de Belgrano, y en la casona de San Isidro. En un clima relajado y de alegre hermandad, las reuniones podían convertirse en fantásticos e improvisados encuentros musicales, a veces con los bolivianos que venían con sus charangos y quenas a unirse al Gato Alquinta, al Albertito Ledo, a los Parra, en zapadas inolvidables.
Pero entre todos los recuerdos hay uno que se destaca especialmente. Habíamos ido a visitar a unos amigos a la zona norte de la ciudad y pasado la tarde tocando y hablando de música, a puro mate y alegría. A eso de las 10 de la noche salimos de regreso a la ciudad, despidiéndonos cariñosamente de nuestros anfitriones, quienes nos obsequiaron al partir un paquetito con algunos porros. Subimos al colectivo que tenia la banda, (el famoso “Popul Bus”…), y el Gabriel deja el envoltorio en la bandeja sobre el volante, a la vista de todos. De pronto llegamos a un punto donde vemos que en la calle por donde avanzamos, (y aquí cabe recordar que eran los tiempos de la dictadura militar, ya bien entrado el año 1976), se ha montado un gran operativo militar. Hay soldados apostados detrás de los arboles o tirados cuerpo a tierra en toda la cuadra, apuntándonos con fusiles y ametralladoras. El Gabriel, como gesto instintivo, atina a girar a la izquierda en la última calle antes de llegar al bloqueo, solo para encontrarse con que también está cortada por un camión militar atravesado. Entonces tenemos que dar marcha atrás y volver a avanzar por donde veníamos, hacia el bloqueo que obviamente habíamos intentado eludir. Enseguida comienzan los gritos provenientes de todos lados: hay que detener el bus, prender las luces de adentro, ponerse de pie inmediatamente, no hacer gestos sospechosos. Son muchos conscriptos muy jóvenes y nerviosos, gritando y apuntando. Para ellos somos un grupo numeroso de hombres, a la noche y en un bus, con pintas estrafalarias. Nos ordenan abrir la puerta y bajar lentamente con las manos en alto. La tensión se corta a cuchillo, mientras nosotros sentimos que nuestro miedo, sumado al de ellos, es un polvorín posible de estallar. Yo intento decir algo para dar tranquilidad, dado que soy el único que habla “argentino”. Quiero hacerles ver que se trata de un grupo musical chileno, pero me sale algo así como que se trata de un “equipo chileno”…. Nos ponen a todos con las manos contra el costado del bus y mientras varios nos apuntan, dos suben para revisar el vehículo, preguntándonos a los gritos si hay armas o bombas. Cuando empiezan a encontrar instrumentos musicales finalmente logramos decirles de que se trata de los Jaivas, un grupo musical. Entonces un cabo salta y grita: “Che, qué fenómeno, son los Jaivas, yo los escuché en Mar del Plata y estuvo bárbaro!…”. Mientras que otro comenta: “Ustedes sí que deben de tener un montón de minitas….!”. La tensión se disipa en un segundo, se acercan los soldados aliviados, algunos van saliendo de sus escondites detrás de los arboles, otros asoman de las esquinas y entre los coches estacionados. Los que revisan el bus se bajan de lo mas contento, pidiendo un autógrafo, sin ver aquello que había quedado allí en el lugar mas obvio, al alcance de cualquier mirada…
Nos despedimos como viejos amigos, nosotros sintiendo que tenemos una anécdota mas para compartir con los nietos. O quizás haya estado siempre predestinada a ser contada aquí y ahora, casi 40 años después…
Me siento muy afortunado de haber conocido a los Jaivas, su compañía me enriqueció e indicó nuevos caminos de búsqueda e investigación musical. Bajo la óptica del encuentro de amigos en comunión de ideas y sentimientos, con todo bien sazonado por su gran sentido del humor, los Jaivas se han vuelto iconos de una aventura que trasciende las épocas.
Profesionalmente fue un privilegio el haberlos fotografiado para distintos medios y con fines promocionales, y una fortuna el haber tenido una conexión natural con ellos y una visión en común que me permitió mostrarlos “desde adentro”.
Recuerdo especialmente la campaña de afiches que se hizo para el concierto de despedida en el Teatro Coliseo, antes de la partida a Francia. La ciudad apareció tapizada con la foto tomada en la terraza de Belgrano, contra una pared blanca, descascarada y bien urbana. La imagen parecía integrarse naturalmente a la realidad y textura de la ciudad circundante. También valoro los trabajos realizados con el Expreso Imaginario, una publicación que tuvo con los Jaivas un vínculo muy especial.
Gracias a los Jaivas por tanta alegría, y que cumplan unos muy felices primeros 50 años, aquí en el sur siempre se los extraña.
Uberto Sagramoso
Guillermo Daniel Contreras
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