Germán Ferrari – «Raúl González Tuñón, periodista»

En estas páginas hay un trabajo arqueológico de reconstrucción que no está terminado. Desde estás páginas aventuro a proponer una segunda edición “corregida y aumentada”, porque las investigaciones nunca son casos cerrados. Y menos en el caso de un proletario de la máquina de escribir, con cientos de notas publicadas.

   Nunca se tentó con los resplandores del poder o de la gloria que suelen enceguecer a algunos escritores (buenos, mediocres o malos) y los convierten en estatuas o en personajes de las revistas de frivolidades. No fue un pragmático festejante de los gobiernos ocasionales. Sufrió cárcel y persecuciones por su fe en el comunismo y esa coherencia lo obligó a enfrentarse varias veces con la realidad implacable. Y hasta fue “ninguneado” por sus propios camaradas. No gozó de los favores de las grandes editoriales. Pudo ocupar puestos de relevancia en el periodismo argentino, pero prefirió ser un cronista, eterno caminante de las calles, antes que un jefe aferrado a la rutina burocrática. Fue un poeta admirado por muchos de sus compañeros de generación y por jóvenes que comenzaban a habitar la República de las Letras, aunque careció de la “buena prensa” conseguida por otros.

   Quizás la frase suene categórica: Raúl González Tuñón está entre los mejores poetas del siglo XX.

   En el centenario de su nacimiento, ¿por qué no empezar a hablar del “Año González Tuñón”? Sería un acto de justicia literaria rescatar su poesía de la repetición de un par de poemas y redescubrir sus trabajos periodísticos esparcidos por decenas de publicaciones nacionales y extranjeras. Muchos de sus libros son inhallables. Sólo hay primeras ediciones en pocas bibliotecas o en las estanterías de coleccionistas o amantes de su obra.

   Este porteño “triste y cordial como un legítimo argentino” se expandió más allá de estas pampas y se largó a recorrer los caminos del país y del mundo. Se convirtió en Juancito Caminador para retener ese asombro infantil que lo llevó a deslumbrarse con los paisajes y las gentes más dispares y lejanos. A veces, el mundo podía resumirse en una calle, un anticuario, una feria, un circo o un puerto. El surrealismo que explotaba en su poesía, sus artículos periodísticos, sus amigos, sus mujeres, la gente, la revolución.

   Algún apresurado, con la facilidad de juzgar a la distancia, lo cuestionará por los poemas desbordados de compromiso comunista o que cantan a Stalin y a la URSS. La recriminación podrá ser verdadera, pero no es justa. Nadie será capaz de recriminarle mala fe o especulación. Muy lejos estaba de los escritores adinerados o esnobs que escribían sobre las desgracias de los pobres desde la poltrona de su departamento decorado con excentricidades.

   “Raúl González Tuñón, hombre del pueblo, se ha levantado una cultura y una propia visión de la vida con más rapidez que otros hombres de pueblo levantan a veces su fortuna. Y como no ha perdido nunca el contacto con los humildes, él, poeta, no compadece con lejana piedad los males del pueblo sino que participa de ellos y ha abrazado con fe de iluminado la doctrina de redención del proletariado. Para entregarse mejor a la muchedumbre poco le importa que se hayan alejado de él escritores y hombres llenos de riquezas materiales a quienes ha combatido agriamente desde todas las páginas periodísticas que le han puesto a mano. Y los que lo combaten sin respeto, con animosidad, con rencor pequeño, tienen la sensación de su propia derrota en el hecho de que no pueden restarle su admiración al poeta de ‘la calle del agujero en la media’”. El testimonio pertenece al Núcleo de Escritores y Actores (NEA), nacido en plena “década infame”.

Tapa del libro

Incansable colaborador en diarios y revistas, de tiradas masivas o mínimas, le costaba bastante esfuerzo cobrar sus notas y, a veces, la tarea resultaba imposible. Vivía al día, sin casa propia ni auto.

   Su preocupación por la cuestión social no lo convertía en un hombre de ceño fruncido y de discurso permanente. Amó la bohemia porteña de los años ’20, cuando en los cafés se juntaban periodistas, escritores, tangueros, músicos y hombres del teatro para prolongar la noche entre discusiones, copas, mujeres y droga. Luego, con los años, la vida nocturna quedó en el recuerdo amable de la juventud.

–¿El señor Jorge Luis Borges se encuentra?

–Borges habla.

–De la revista SUBURBIO de Avellaneda. Estamos preparando un homenaje a Raúl González Tuñón en el quinto aniversario de su fallecimiento y como usted lo conoció queríamos hacerle algunas preguntas sobre él.

–Discúlpenme, pero yo a González Tuñón lo conocí poco, no creo poder decir mucho sobre él; por otra parte González Tuñón no ha muerto y todos los que yo conocí están muertos.

   Estas declaraciones típicamente borgeanas fueron publicadas en el número 17 de la revista Suburbio, en octubre de 1979. Borges y González Tuñón compartieron la guerrilla literaria de la década del ’20 del bando de Florida, en la revista Martín Fierro. Años después se cruzaron en el diario Crítica, de Natalio Botana, donde el autor de El Aleph dirigió el suplemento Revista Multicolor de los Sábados. Allí, su colega publicó los relatos que luego incluyó en El otro lado de la estrella. Luego, las diferencias políticas los fueron separando, aunque no dejaron de admirarse. En cierta oportunidad, Borges dijo: «Creo que Tuñón fue el más poeta de nosotros, no sé si por persistencia o por incandescencia. Yo tengo algunos poemas perdonables y alguno perdurable. Raúl tiene los perdonables de rigor, pero muchos perdurables».

   La poesía de González Tuñón influyó en Pablo Neruda y Miguel Hernández,  que comenzaron a escribir de una manera distinta después de conocer los poemas sociales y políticos que el argentino escribió al calor de la Guerra Civil española. Y esa influencia también es reconocida en representantes de generaciones posteriores, como Juan Gelman, y en cantantes que siguen musicalizando sus poemas, en la tradición inaugurada por el Tata Cedrón.

   En cierta oportunidad, le preguntaron a Julio Cortázar cuáles hubieran sido sus maestros en caso de dedicarse a la poesía y respondió: «Creo que mi cuerda en la lira hubiera estado -desafinando- entre la de Raúl y la de Oliverio (Girondo)».

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   Raúl González Tuñón nació en Buenos Aires el 29 de marzo de 1905 y murió en la misma ciudad el 14 de agosto de 1974. Lugares, fechas. Las efemérides se construyen y quedan ahí, fijas, inmóviles, si no se las llena de vida. Y la vida estalla en decenas de poemas contenidos en Miércoles de ceniza, El violín del diablo, La calle del agujero en la media, La rosa blindada, Hay alguien que está esperando, A la sombra de los barrios amados,  sólo por nombrar algunos de los libros de este viajero humilde, apasionado, comprometido con su tiempo. Y la vida estallará cada vez que alguien lo rescate del olvido: “Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas/ para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí/ y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien,/ una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mi».

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   Este texto del autor, que fue publicado en el número 38 de la revista “Sudestada”, de mayo de 2005, con el título “Tuñón. La pasión del poeta”, ayudará a comenzar a descubrir a este trabajador del periodismo que ejerció su profesión–vocación durante medio siglo.

   Es imposible separar al González Tuñón–periodista del González Tuñón– poeta. Todo el tiempo se cruzan, se saludan y se abrazan. Pero sí podemos centrar nuestra observación en el periodista y en las distintas circunstancias que relacionan al hombre con los medios de comunicación. No a un hombre cualquiera, sino a uno que mira y siente como poeta. Y otra vez se encuentran las dos realidades.

   En estas páginas hay un trabajo arqueológico de reconstrucción que no está terminado. Desde estás páginas aventuro a proponer una segunda edición “corregida y aumentada”, porque las investigaciones nunca son casos cerrados. Y menos en el caso de un proletario de la máquina de escribir, con cientos de notas publicadas.

   A partir de ahora, cincuenta años de historia comenzarán a revivirse, desde sus primeros acercamientos a los medios gráficos, a través de la poesía, hasta sus artículos para diarios de grandes tiradas como “Critica” y “Clarín”, sin olvidar la prensa comunista.

   Y como Virgilio con el Dante por los caminos del Infierno y del Purgatorio, dejemos que otro poeta, González Tuñón, nos guíe por distintos lugares, algunos más celestiales y otros muy poco paradisíacos, donde hay bares, puertos, redacciones, ciudades, luchas, amores… vida y muerte.

                                                                                                   Germán Ferrari

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