Además ser partícipe de diversas antologías, y de haber sido editor, compilador y prologuista de 6 libros de talleres de escritura. Gestó y coordina los proyectos audiovisuales Sesiones de Poesía Compartida (que publico 2 libros) y De La Jerga Ajena, y es fundador y director de la Biblioteca y Librería Popular Literatura Inclusiva.
Aunque inclines el mentón,
levantes las cejas al pasar
y me nombres a medida que te alejás
señalando que la camisa esta arrugada
Que trates de detenerte
sin reparar en las baldosas
con esos gestos de falsa modestia
que no son más que una mano floja tendida.
No recuerdo a ciencia cierta
cuando pasamos a ser extraños.
Poco se de tu casa,
No sé tampoco que ha sido de tus juanetes
te he cruzado en mi cuadra,
tarde a tarde,
y no podría asegurar si estabas angustiado,
contento, esperanzado, enfermo o rezando
No por esto dejaré de mencionar
que vos nada sabias de mis obsesiones,
ni que leer en el zaguán
con la puerta abierta de par en par
me daba cierto vértigo
y a menudo los quehaceres se conjugaban:
comprá un litro de leche
antes de que cierre el almacén
no te olvides de pagar la factura hoy mismo
porque nos van a cortar la luz
Entonces será pura casualidad
pero nunca,
hasta después de jubilados,
nos volvimos a dirigir la palabra.
Tus problemas de próstata
no sé en que han quedado;
Del viaje a Santa Rosa
apenas si supe que habías vuelto;
Ni que decir de hace cuanto
no ves a tus nietos
Pero no es un reproche
gracias si yo te cuento algo de mi sueldo
de las cosas que al fin de cuentas
las sabemos de forma remota,
y sin ningún sentido.
Sin embargo,
nobleza obliga,
no me dejaras mentir:
Hablábamos más cuando
a gatas
conocíamos la existencia del otro.
Nos preocupaba la mirada
o más bien la posibilidad de una ceguera,
nos fregábamos las manos,
fuertes, unas con otras,
para darnos calor,
pese a que fuera verano
y en la calle no anduvieran ni las moscas.
por miedo a pescarse una insolación.
La primavera era justa, con sus alergias
y esas fragancias que rara vez los alérgicos,
como vos y yo,
podemos contemplar.
A mí siempre me llamó la atención
saber en qué trabajabas,
si dedicabas tu espalda a un solo oficio
o quien sabe qué tarea,
pero aún seguís siendo ese viejo cascarrabias
al que no les gusta dar explicaciones
por mínimas que sean.
¡Ah! Entre tantas cosas que no lograré entender
(Porque a los viejos como yo
gracias si el tiempo solo les alcanza
para terminar de escuchar y observar)
están tus pies, dolientes
a veces desnudos al punto de causar espanto
a veces tan calzados que no te podes mover,
parece que vestís a tus pies
y les peinas el flequillo.
No importa, no me des bolilla
ya no te encuentro más que por azar,
aunque siempre haya sido así,
aunque a mí el azar se me haya vuelto costumbre
Ni sentado, muy poco andando
tan poco que a veces pienso
que te has hecho daño,
que te caíste,
y ese tipo de mamarrachos
que nos pasa a los viejos
Luego alguien,
por ahí,
me cuenta que te hiciste los postizos
que últimamente sí te gusta como salís en las fotos.
En fin,
yendo al grano,
las palabras ya no sirven de casi nada
y los músculos nos acompañan como pueden
Encima tantos años de huesos…
Como sea, decía,
no me resigno
ni por inercia,
ni por cansancio,
a que por última vez
y sin humedad de por medio
nos estrechemos la mano
y nos digamos “te quiero”.
Un poco más allá
(o quizá solo deba decir «alejado»)
se alza el relieve de
una ronda sin
puerta vaivén.
Me quedo observando,
aquello parece no
despertar la curiosidad de
nadie más.
Cada cierta cantidad de
segundos se escucha un
grito seguido de un grito
seguido de dolor.
Me acerco, estoy solo.
Una mujer cuelga
boca abajo
Una mujer embarazada
desnuda hasta la médula.
La estridencia se agudiza,
la ronda se pone de pie:
«Es hora»,
susurran en el sentido
opuesto a las agujas del reloj.
De pronto la mujer
abre la boca.
De ella comienza a brotar, lo que
a simple vista, parece una cabeza.
La mandíbula se ensancha cada
vez más.
A la cabeza le siguen un par de
ojos, nariz, otro par de orejas,
boca, cuello.
El cuerpo de la mujer parece
languidecer.
Cerca de mis labios, un copo
de algodón embebido en
alcohol de quemar.
Abro los ojos,
en mis brazos un llanto
que se escurre en movimientos
desencajados.
Desde el fondo de
la habitación
el contorno de una
figura crece.
Antes de que la luz
alcance las mañas
de su cara,
detiene el paso.
Me dirige lo que
pareciera ser
una mirada.
Alza la voz:
«Aquí los hijos nacen
por la boca,
es la única forma
de consentir el deseo».
Como si hubiese sido ayer,
así de presente lo tengo:
Ni la casa,
ni la huerta,
ni la ropa,
ni los abrazos,
ni el pan,
ni el talco,
ni el tabaco,
ni la tranquera.
Sin importar el lugar al que vayas,
lo primero que tenés que hacer
es cavar una, dos, tres
o la cantidad de tumbas
que el Señor crea necesarias.
Entonces, sea como sea,
y pase lo que pase,
vas a tener donde guardar el olvido.
Eso dijo mi padre la primera y última vez que lo vi.
Quizá nunca supo cómo desenterrar a los vivos.
Sueño con mi madre,
me recuesta en la cuna,
me pide que no llore,
y me confiesa todas las veces
que ha mentido.
Se arrepiente, lo sé
porque se rasca la nariz.
Pero después me calma
con una caricia de madre.
Ella sabe que mentir es
una forma de persignarse.
Mamá toma mis
manos entre las suyas
y con un hilo de voz,
dice:
“Sos igual a tu papá,
aunque todavía no nos abandonaste”
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