Mientras la humanidad sigue multiplicándose en el planeta, en la Mesopotamia se organizaban las primeras ciudades, se organizaban a partir de que producían excedentes de alimentos. Se juntaban en un lugar para administrar ese excedente y para eso necesitaron que alguien se hiciera cargo. Alguien debía estar al mando, entonces la humanidad, que venía probando diferentes formas de liderazgo, puso un linaje, a veces una familia, a veces una persona como administrador de ese excedente que le daban los dioses. Aquí algo que olvidé nombrar, la humanidad ya creía que un dios o una diosa, no importa cual, cada ciudad tenía el propio. Un dios era el que le había dado ese excedente de alimentos a ese grupo, y ese dios necesitaba un representante. Ese era el papel del gobernante, representante del dios, intermediario del común con su dios y por lo tanto administrador de la ciudad.
Eso que pasaba en Mesopotamia no es diferente de lo que sucedía en la cuenca del Nilo, y de cada lugar del planeta en América, África o cualquier otro continente donde se fundaba una ciudad. El hombre tenía la imagen de un Dios local, o una diosa, y tenía un gobernante que había sido puesto por el mismísimo Dios.
El hombre desde miles de años antes de la era cristiana arrastró su temor a los dioses que le obligaba a creer que algunos hombres son diferentes de otros, que estos son semidioses, y el poder que tienen viene de ellos.
Para finales del siglo veinte el hombre emancipado, ateo, liberal, moderno comienza a disfrutar de los beneficios de su ingenio, maquinas que lo trasladan, lo comunican con otros, y estados organizados con millones de personas que los componen. Este hombre, el hombre postmoderno cree que como conoce historia, puede analizar y criticar todas las organizaciones que lo precedieron sobre la tierra. Nada de lo anterior se parece a la urbe actual. Rascacielos, autopistas, televisores y cine en colores.
Pero en las últimas dos décadas de ese siglo aparece el “juguete” de la humanidad, gracias a la computadora hogareña termina naciendo el teléfono inteligente. En medio de este proceso hombres como Bill Gates, Steve Jobs son adorados como los nuevos dioses de la tierra. Las nuevas generaciones se arrodillan ante ellos, pasan a ser ejemplo de trabajo y esfuerzo. El mundo les envía dinero de todos los rincones de la tierra y día a día crece su poder y pasan a ser los nuevos señores de la tierra, de alguna forma representan a los dioses y ayudan a que los comunes nos acerquemos a la perfección que solo ellos conocen.
Dos décadas ya entrado el siglo veintiuno, una pandemia hace que esos ciudadanos aportantes de las arcas de sus reyes, comenzará a revelarse, comienzan a pensar “que la pandemia la envió dios porque estos representantes ya no sirven como intermediarios” en realidad eso se traduce en “son unos hijos de puta “ o “hacen negocio con la pandemia”, cuando en realidad ya lleva la humanidad toda cuarenta años alimentando las arcas de esos monarcas.
La humanidad poco ha cambiado en 4000 años. Nada en realidad. Seguimos en la ciudad los ciudadanos y los reyes, los sacerdotes y poco más aquí los Dioses, que también son tantos como personas respiran.
Guillermo Daniel Contreras
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