Mil cuatrocientos noventa y dos:
el oceáno atlántico quiebra su eje
invicto
y cual estampida geográfica,
como un frenético aplauso de Dios,
vacia y vuelve a colmar
a su cuenca infinita,
mientras,
allá lejano,
los astros de la Via Lactea
son acariciados
por un estraño soplo terrestre.
Mil cuatrocientos noventa y dos:
iracundos centauros magmánicos,
desde las riveras marinas
inician como gigante masa de fuego
su ascensión
por tierras de América.
Avanza y avanza
y todo lo aplasta.
Avanza y avanza
y dos siglos el reloj no lo siente.
Avanza y ahora,
definitivamente,
el paisaje es otro:
la lengua vernácula
ya no canta,
la ley vernácula
ya no manda.
¡Irrevocable!.
La tecnología Europea
sella el destino para siempre:
la poesía,
el equilibrío,
el panteísmo
cayeron por el negro abismo sin fin.
…Un nuevo milenio nace
y la sombra del medioevo
es atornillada en un jarón de museo,
pero nada es definitivo
e incomprensiblemente
después de la máquina
la modernidad redescubre
la magia ilógica
dada por la mecánica cuántica.
Entonces una cuerda
de misterio indeterminista
nos une a una ausencia bendita:
Gracias mil veces,
mil veces
porque la expedición conquistadora
carece de un Humbold,
de un Vespucio,
de un Higam Bigam,
permitiendo permanecer incólume
al muro inescalable
del desconocimiento,
inusitado protector
del templo.
del oasis,
del aire intacto,
¡Sí!,
del corazón latiente
de Machu Pichu