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La literatura en el Bicentenario |
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ACERCA DEL TRATADO QUE CONSENSUÓ EL GENERAL LUCIO V. MANSILLA CON LOS INDIOS RANQUELES: |
¿GESTA O PATRIADA? |
Mansilla parte con un propósito casi heroico, con
visos de gesta patriótica. Desde un comienzo duda de la seriedad de su
misión, no por sus intenciones sino a causa de las intenciones del poder
que representa. Desecha esta idea que –de haber sido cierta- lo hubiera
paralizado. Cree en el Presidente Domingo F. Sarmiento pero no en su
entorno. El objetivo final es la liberación de un territorio. Hay que
apaciguarlo, anexarlo, hacerlo producir, transitarlo libremente, tender el
ferrocarril. Los Ranqueles son el
obstáculo para el logro de ese objetivo y Mansilla es el apaciguador, el
mediador elegido para concretarlo, la punta de lanza del país en ciernes.
¿De qué país? ¿De qué
habitantes? El coronel viene
precedido de buena fama. Por eso lo eligieron y por eso logra llegar al corazón
del Cuero y volver
indemne. En su trayecto, su
presencia parodia la entrada de los conquistadores en América. Es bien
recibido. Lo agasajan. Regala y le regalan. Hay un intercambio de
gentilezas. Lo acompañan dos
sacerdotes que permanecen en silencio. Su interés es más sutil: ganar
almas que ya sienten respeto por Dios. Vislumbran su poder y lo asocian
con esas presencias. Al mismo tiempo desconfían del blanco, presienten que
hay una intención de despojo y están a la
defensiva. En los numerosos
encuentros, los Ranqueles explicitan sus requerimientos y Mansilla accede
porque tiene que pactar y volver vivo. Sin embargo, no sabe si sus
superiores cumplirán lo prometido y aleja este pensamiento una y otra vez
para poder concluir su
misión. Entretanto, dos
cosmovisiones se enfrentan y Mansilla hace esfuerzos por mantenerse firme
en sus convicciones. Hay aspectos en esas vidas, en esa organización
social, en esa estratificación, que lo sorprenden, lo conmueven. Por
momentos lo vemos casi titubeante frente a los Ranqueles, sin poder
discernir si él es el representante de la civilización y ellos la barbarie
o viceversa. Cierta promiscuidad
propia del paganismo y sus celebraciones orgiásticas lo sorprenden y lo
asquean. En este punto se siente parte de una civilización superior, la
que desciende de la tradición judeo-cristiana y sus prohibiciones, su idea
del pecado incluidas las transgresiones, la culpa, el perdón y sus
recurrencias. A la vez, esa libertad
y ferocidad de los Ranqueles lo encandilan. Hay un “otro”, “diferente”,
que no es exactamente ni inferior ni manipulable sino
distinto. La convivencia
en un pie de igualdad sería inadmisible para el poder central. Someterlos
por la fuerza sería costoso cuando los criollos todavía están
enfrentándose entre sí para darle forma de nación al
territorio. Es aquí donde, en una
semiconsciencia, Mansilla, apenas inocente, pone el huevo de la serpiente
en territorio Ranquel: el tratado con sus concesiones y promesas que será
violado éste e incumplidas éstas, sentando otro precedente nefasto en la
constitución de La palabra “tratado”
nos muestra, curiosamente, una doble acepción. Por un lado alude al
acuerdo que se quiere firmar con los Ranqueles y, por el otro, es el
participio del verbo tratar y nos tienta a pensar que ese tratado es una
muestra de cómo los aborígenes eran “tratados”. Luego, al ver el resultado
de las “tratativas” y las consecuencias de su incumplimiento cabría
anteponerle el adverbio “mal” y formaríamos otro verbo: maltratar. Por
oposición podemos pensar en “bien tratar” pero, oh sorpresa, no constituye
verbo, no se consolida con el adverbio. Tal vez esto suceda por la poca
recurrencia que tiene esta acción en nuestro interactuar con el otro, con
los otros… En la página 268,
Mansilla nos cuenta acerca de su encuentro con Baigorrita, el cacique
ahijado de Manuel Baigorria, un gaucho puntano catalogado de mal indio y
mal cristiano por haber traicionado a unos y otros. Baigorrita admite sus
errores pero manifiesta el
deseo de obtener un permiso para ir a verlo porque, mal o bien
conceptuado, era su padrino. Mansilla le elogia su sentido de la lealtad.
Un sentido que la “civilización” anulará para poder apropiarse de las
tierras de la supuesta “barbarie”. Y más aún, hasta son tan respetuosos
estos bárbaros que piden autorización para atravesar un territorio que
poco tiempo antes les
pertenecía. Baigorrita le ofreció
al coronel ser el padrino de su hijo. Otra muestra de los bárbaros hacia
los civilizados. Seguramente, ningún civilizado le pediría a un Ranquel –
o a cualquier otro aborigen- que sea el padrino de su hijo. Esta asimetría
respecto de la consideración mutua pone al desnudo un desequilibrio que
preanuncia la derrota de los Ranqueles y el fracaso del
tratado. Mansilla les pide que
confíen, que cumplan con los compromisos para ser respetados. Baigorrita
le dice que saben que los quieren correr hasta al sur del Río Negro y
acabar con ellos. Mansilla sigue defendiendo su “gesta” con poca
convicción interior. Ya en la página 221, al
final del capítulo 39 y en el capítulo 40, Mansilla piensa en esa gente
(los paisanos, los cautivos, los aborígenes), en sus vidas, en las leyes e
instituciones del mundo civilizado que no llegan a brindar o proteger
aquello para lo cual fueron creadas: la
justicia. En la página 225,
cuando Mansilla visita al cacique Mariano Rozas, tiene el desparpajo de
decir que la tierra no es del que la habita sino del que la produce. Los
Ranqueles ven con desconfianza todo este interés de los blancos por la posesión de
la tierra. Mansilla les pregunta que para qué quieren tanta tierra si eso
es lo que sobra. Nuevamente, dos
cosmovisiones chocan. El indio no comprende
el propósito del blanco porque esas ideas son ajenas a su mundo. La tierra
para el aborigen es territorio a recorrer, a disfrutar; es libertad no
producción. Pero sí comprende que lo están perjudicando aunque no
reacciona con la energía necesaria en el primer momento de las propuestas
y después, la historia nos mostrará que la reacción fue tardía. Favoreció
el despojo y el
aniquilamiento. En la página 229,
respecto de la profanación de tumbas que realizan los blancos, Mansilla se
pregunta si será cierto que la civilización es corruptora y luego agrega:
“Hablando seriamente, hay una verdad desconsoladora que consignar, que
ciertos cristianos refugiados entre los indios son peores que ellos” y
cuenta más adelante la
inmolación que hizo el bandido cordobés Bargas de un cautivo de ocho años
junto a su hijo muerto para que tuviese quien le sirviera de peón en su
siguiente vida, ya que los aborígenes creen en la metempsicosis.
Bargas hace un
sacrificio humano para sobresalir por su ferocidad en una comunidad que no
hace sacrificios humanos.
En las páginas 254 y
255 Mansilla habla de la fidelidad conyugal y de los espías. La palabra
traición impregna los dos pasajes.
El tratado, a medida que el
relato avanza y la excursión va llegando a su fin, se va tornando en una
propuesta que podemos ubicar a medio camino entre la utopía y la burla.
Hay, en el fondo, algo fatal en esta incursión en ese mundo “otro”. La
balanza se inclinará, inevitablemente, a favor del más fuerte, en
tecnología, en armas letales, a favor del más avezado en el arte de mentir
y embaucar: el hombre blanco. Con su fracaso, sucumben muchas cosas que
hoy se han querido rescatar tardíamente, porque las masacres borran casi
toda huella, en este caso, nada menos que una cultura: la historia de ese
territorio anterior a la llegada del hombre blanco, el idioma araucano, la
voz de los ranqueles, su legado
cultural. Este libro echa luz sobre ese período histórico y sobre esa zona de nuestro territorio. Mansilla logra un tratado precario que es rápidamente violado, traicionado, olvidado, pero nos deja este texto que nos permite espiar dentro de ese mundo fascinante y lamentar.
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