Del otro lado del mar suenan las
campanas
marcando el acompasado ritmo de las
horas,
hay un viento frío en la
montaña.
De madrugada, cuando la luz se filtra
lentamente
espantando a los genios,
suenan las campanas,
Repiquetean sus voces sibilinas
en contrapunto de metal,
y desparraman su bronce en los
senderos,
en los cursos de agua del
deshielo,
en los canales, en las vides.
Y el hombre que se inclina ante la
tierra,
que la alimenta con sus noches y sus
días,
con el vigor de sus años nuevos,
va comprendiendo.
Desde su torre,
desde las colinas donde el paisaje se
agranda,
desde su sólida estructura de
piedra
cantan las campanas.
Y el hombre que se inclina ante la
tierra
va comprendiendo.
De alcohol y fatiga, la noche,
de recuerdos y fantasmas,
de silencios profundos y
desgarros,
voces queridas se agazapan en las paredes del
cuarto.
Los duendes del licor van
despertando,
agitándose en el pecho,
trepando las ventanas.
A lo lejos, como un coloso,
como un gigante dormido entre los
muelles,
la silueta del barco.
Hermética en las sombras,
esperando.
A lo lejos las campanas,
siguen su acompasada danza de
metal,
Un dos tres, un dos tres,
la hora de partir sin
despedidas,
sin llanto, sin memoria.
Un dos tres, un dos tres,
los duendes del licor siguen
girando,
en remolinos, trompos o piruetas
la noche larga devorando,
la noche eterna de partir sin
llanto.
Y poco a poco llega la mañana,
con su rutina de puerto, de
salitre.
Con su habitual sonido a pájaro y
cadenas.
Y el hombre sin memoria,
tambaleante,
va recorriendo la ruta en que pasado y futuro
se bifurcan,
con su maleta de cartón, como si
nada.
A sus espaldas,
desde su estable torre de
piedra,
suenan las campanas.
La pampa se extiende
como una gran sábana gris sobre el
desierto,
una sábana gris que ha ido recogiendo las
pisadas.
El horizonte se aleja, el viento
brama.
En las tormentas, cuando viene la
manga,
cuando el viento sopla del oeste, se despierta
la
indiada,
y se escucha un rugido de malones que estremece las
casas.
Por las noches, cuando el cielo se
ensancha,
cuando brillan intensas las estrellas como
brasas
a la distancia parece verse,
una figura que se aleja tierra adentro,
causa de algún altercado.
Cuando el sol apenas asoma, y cubre la extensión
ocre de los
campos,
va clareando de nuevo la mañana.
Otra vez el hombre se inclina ante la
tierra,
todo comienza.
En las barriadas, como una nueva Babel los
conventillos,
abigarrados panales se levantan.
Por las noches, cuando los ruidos se
aquietan,
piernas cansadas remontan el camino de la
infancia
evocando otros paisajes,
escuchando otras canciones, otros ritmos y
tonadas.
Por las noches,
vuelve el olor a heno de la tierra
lejana,
como cuando caía la lluvia en las antiguas
comarcas.
El olor de las cocinas, de ollas calientes
que
humeaban,
el sabor de la pobreza de una historia ya
gastada.
Salen los sueños al patio bajo la luna de
plata,
y se mezclan como niños en rondas
improvisadas.
pero los sueños son viento que la mañana
desgrana
y vuelve a nacer el día. Todo
comienza.
Hace tiempo el naufragio, el Río de la
Plata,
el Uruguay remontado por nuevas
esperanzas.
La tierra sin mal, la tierra
prometida
murmurando en los oídos
dirigiendo las acciones de los
hombres
estableciendo un extraño vinculo entre verdad
y
quimera,
sueño y vigilia, hecho y
leyenda.
Otra vuelta más,
la misma historia,
el hombre y su destino,
sus ideas, sus contradicciones,
la tierra verde poblada de
espinillos,
el arado y la azada.
Los molinos, su girar de trigo y
agua,
su canto final en la blanca
pureza
de la harina.
Los atardeceres de fuego en las
lomadas,
el amor renaciendo a la hora de la
siesta,
en senderos de pájaros.
Casamientos, procesiones.
La vid y el alegre regocijo
del vino.
Los encajes, las manos rudas
desgranando la tierra.
La escuela, la biblioteca, la
capilla.
Los ideales.
Los talleres y su alquimia.
El cuento y la leyenda,
la melodía del piano flotando por el
aire.
Los retratos.
Las palmeras erguidas al borde
del camino.
La risa de la infancia,
miel y guijarro.
Chapoteando en el río, enredándose en los
árboles,
imitando sin saber el vuelo de los
pájaros,
robándole al paisaje sus formas y
colores.