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El mar azul a un lado, el mar verde al otro. En el mar verde el Jaguar acepta claros abiertos por el hombre, aldeas que son islas dentro de su inmensidad. Como extraños buzos a veces el Hombre se interna en él, pero siempre sabiendo que está el Jaguar. El Jaguar no sale del mar verde, no ingresa a las aldeas, es un viejo tratado, el Hombre tiene las aldeas, el Jaguar es el rey del resto.
Durante siglos el hombre de la aldea supo que debía cumplir
su pago, el felino sumergido en el mar verde espera siempre la
ofrenda, carne fresca, que es dejada cerca de la orilla. Con este
pacto el Jaguar no sale del mar verde. Esta ofrenda era conocida
como el Dorado. Ofrendar al rey de la selva para que busque lejos de
las aldeas.
A la llegada de extranjeros, ante la realidad depredadora de
estos se les mostró El Dorado. Durante los siguientes años el
extranjero mantuvo su búsqueda lejos de las aldeas, buscaba la
ofrenda, el Dorado. Algunos
retornaron pronto, otros cansados escaparon luego de ser perseguidos
muchos días. Dorado era el otro nombre del rey del mar verde. Y el
extranjero buscaba el Dorado. Extraña
estrategia que durante años, al conquistador, lo mantuvo alejado.
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Guillermo Daniel Contreras