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Por: Andrés
Sepúlveda M. La gracia de la literatura es que nos permite ser aquello que
en la rutina cotidiana, jamás lograremos ser además de la
intemporalidad de los personajes
literarios. Yo por lo menos, he sido tantos personajes como libros he
leído. En la literatura, por ejemplo, casi todas las mujeres son
hermosas, si bien no siempre son buenas (lo mismo sea dicho para los
hombres, en todo caso). Fermina Daza y su belleza ocupó durante un
verano un espacio importante de mi desocupada mente de febrero
(aunque mi esposa nunca
lo supo) y con Doña Bárbara conocí los llanos venezolanos hace ya
algunos años. Los libros, en definitiva nos hacen adentrarnos en
mundos que de otra forma tal vez jamás podríamos conocer.
La literatura también me ha hecho saber de injusticias, de
amores, de odio, de miedos y también de heroísmos en zarpazos de
puma y otras letras. Los libros tienen la magia de hacernos reconocer mundos de
ensueño pero también nos permite reconocer lugares y vidas
comunes. Eso me ocurre cuando leo a Amable Preciado. Reconozco en él
el compromiso, la claridad conceptual y sobre todo su tremenda
humanidad además de su capacidad para ver más allá de lo
evidente. Preciado nos pasea por un paisaje humano conocido. Sus
problemas son nuestros problemas (…casi todos).
Preciado no parece tener hijos…ni cuentas por pagar…ni esposa
y por añadidura tampoco suegra (este último, personaje presente en
nuestras vidas y que no siempre goza de buena reputación). Pero sus
críticas al sistema son también nuestras críticas. Sus deseos de que
este sistema mejore es también nuestro
deseo. La vida de Amable no tiene tiempo. Es permanente y nos invita
a creer que el futuro es posible ya que él al igual que cada uno de
nosotros, lo construye con sus alumnos día a día. Amable cree en sí
mismo y en lo que hace, no pretende sin embargo convertirse en una receta. Ríe, reflexiona
y ama mucho, puesto que
de otra forma no podría dedicarse en cuerpo y alma a su
trabajo. Con Preciado he reconocido esos ”lugares comunes” que día a
día recorremos. En Preciado he reconocido a mis amigos y también me
he reconocido. Pero Amable comparte con sus pares literarios una cualidad de la que sus colegas reales carecemos. A pesar de su salida, a pesar que finalmente se marcha del colegio, siempre volverá a comenzar y es, además el único profesor conocido al que la evaluación docente lo tiene sin cuidado. Porque él es inmortal, él no morirá jamás y gracias a él tampoco nuestra historia.
“El
Último Cielo”, Amante
Eledín Parraguez, Bravo y Allende Editores, Octubre, 2008. (En
biblioteca) |
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